Aún junio...pero queda menos.

Y Buenos Aires estaba lluviosa, húmeda, fría, tanguera total...los vidrios de las ventanillas del colectivo iban empañados. Mis manos (ambas) dibujaban angelitos e islas con palmeras...la gente se apretaba hacia el fondo del transporte para bajar por la puerta trasera...yo me movía con el mismo moverse de la gente. No lo vi hasta que, por mirar el dibujo que dejé en la ventanilla anterior, noté que habían agregado un pájaro volando..."eso no lo dibujé yo". Nos cruzamos la mirada un segundo, casi dos: cómplices del arte efímero de lo empañado. Agaché la mirada por vergüenza de nada, de todo. Era un arte colectivo compartido.

Noté que, al irme moviendo, había ido dejando una huella de dibujo de dedos en cada ventanilla y él había agregado algo, un detalle, una marca, ...La señora del sacón negro de piel y lana, con el paraguas chorreante (para poder ver la altura de las calles) borró de un manotazo los dibujos de una, de dos ventanillas: nos miramos nuevamente,como los artistas ante un atroz atropello a lo parido. Sonreimos tontamente.

Bajé a las pocas cuadras...miré y estaba mirando. Saludé con la mano (con la misma que había compartido las pinceladas sin acuarelas ni colores) él hizo un gesto con la cabeza y sonrió. Somos pasajeros de un mundo raro, pobre, triste, con desasociegos, violento...pero compartido. Eso es bueno.